Desde finales de 2007, cuando se produjeron varios episodios de colapsos de entidades financieras, se ha ido generalizando en diversos países la ejecución de pruebas de resistencia sobre las entidades, con el objetivo de evaluar su robustez e identificar el origen de posibles debilidades que pudieran acarrear nuevos eventos adversos susceptibles de contagio al resto del sistema.

En este ámbito, las pruebas de resistencia o stress tests son una serie de técnicas que tratan de medir la sensibilidad de la situación de una cartera, entidad o sistema financiero ante variaciones de determinados factores de riesgo. En su acepción más amplia, esto incluye herramientas tan diversas como el análisis what-if estratégico, la valoración de carteras bajo distintos supuestos o el análisis de la solvencia y la liquidez de las entidades financieras, entre otros.

Las pruebas de resistencia surgieron hace décadas como una herramienta de gestión interna de las entidades, estrechamente vinculada a la gestión de riesgos, a la planificación y a la presupuestación. Sin embargo, en los últimos años, dada la situación económica internacional, lo que antes constituía un ejercicio de diagnóstico interno se ha ido convirtiendo primero en una herramienta supervisora para evaluar la suficiencia del capital de las entidades a medio plazo y, después, en un instrumento público de reconocida importancia. Así, las pruebas de resistencia se emplean de forma habitual como requerimiento regulatorio para garantizar que las entidades presentan una solvencia suficiente como para sobrevivir a escenarios adversos pero posibles.

Por ello, se puede afirmar que la crisis financiera ha contribuido a generalizar y, en muchos países, regular la práctica de estos ejercicios. Por su parte, en los países emergentes, y pese a haberse visto menos afectados por esta crisis, también se está apreciando una clara proliferación de las pruebas de resistencia. Esta tendencia responde tanto al alineamiento con las mejores prácticas internacionales como a un comportamiento prudencial en previsión de posibles escenarios futuros de crisis, equiparables a los sucedidos en las economías más desarrolladas.

Desde el punto de vista regulatorio, el stress test fue impulsado de manera significativa por el Comité de Supervisión Bancaria de Basilea dentro del segundo pilar del acuerdo de capital conocido como Basilea II, que mantiene su estructura en Basilea III. En él, se requiere la ejecución periódica por parte de las entidades de un proceso de autoevaluación del capital (ICAAP2) y de un proceso de revisión del capital (SREP3), responsabilidad del supervisor.

Esta distinción regulatoria tiene su reflejo en la práctica de las pruebas de resistencia en el ámbito financiero; por ello, se debe hacer una diferenciación entre dos categorías o tipologías de stress test:

  • Stress tests internos, realizados por cada entidad, cuya ejecución periódica está regulada a través del proceso de autoevaluación del capital (ICAAP), pero sobre cuya metodología de ejecución concreta solo existen algunas directrices o principios, y cuyo objetivo es doble: incorporar una visión prospectiva a las decisiones estratégicas y de gestión, e informar al supervisor de la planificación de capital prevista bajo distintos escenarios.
  • Stress tests supervisores, ejecutados por organismos supervisores, reguladores nacionales e internacionales y asociaciones de banca, parcialmente regulados en el proceso de revisión y evaluación supervisora (SREP), que se centran en aspectos concretos de la solvencia y la liquidez de las entidades y del sistema financiero en su conjunto, y cuyo objetivo es diagnosticar y, en ocasiones, reforzar la estabilidad del sistema tomando medidas como la recapitalización o la liquidación de las entidades que no obtengan un resultado satisfactorio.

Los requerimientos regulatorios de Basilea respecto a ambos tipos de stress test se han extendido con rapidez y han sido adoptados por numerosas autoridades reguladoras y supervisoras nacionales, así como por organismos supranacionales (como la EBA o el FMI), que en todos los casos han ido más allá de los requerimientos mínimos y han establecido estándares propios, con el objetivo de establecer unas mejores prácticas en la industria financiera.

En lo relativo a las pruebas de resistencia internas, se constata que, más allá de la regulación, el stress test como herramienta de gestión permite un amplio abanico de utilidades que cada vez más entidades están incorporando a sus procesos de toma de decisiones, en especial en lo referente a la definición y el seguimiento de su apetito al riesgo. Esta visión de gestión, que en muchas entidades es anterior en el tiempo a la regulatoria, se está viendo potenciada al amparo de las pruebas de resistencia que requiere el ICAAP, y en numerosas entidades confluye con ellas.

En lo referente a las pruebas de resistencia supervisoras, pese a la creciente regulación, todavía no se ha observado un estándar internacional ni un análisis comparativo entre los diferentes ejercicios, más allá de la gravedad de los escenarios macroeconómicos empleados y del asesoramiento por parte de instituciones que tratan de unificar prácticas, como el FMI. Por otra parte, apenas se han observado análisis del grado de acierto de sus predicciones6, ni en términos de las proyecciones macroeconómicas ni de las cuentas de resultados y la solvencia de las entidades bajo los escenarios de estrés.
En este contexto, el presente estudio pretende proporcionar una visión general del stress test, su naturaleza y sus implicaciones en las entidades financieras. Para ello, el documento tiene tres objetivos básicos que, tras un resumen ejecutivo, se desarrollan en tres bloques:

  • Describir la práctica del stress test interno por parte de las entidades financieras, su regulación en varios países representativos, sus principales usos en la gestión y los aspectos metodológicos clave en su realización.
  • Analizar la práctica del stress test supervisor por parte de varios de los principales organismos supranacionales y nacionales, profundizando en la descripción, los impactos y las implicaciones sobre las entidades financieras de varios ejercicios realizados en los últimos años, así como los desafíos y cuestiones abiertas que subsisten.
  • Realizar un análisis retrospectivo de un ejercicio supervisor mediante un ejercicio cuantitativo empírico (un backtest del stress test), con el objetivo de evaluar su grado de acierto, tanto en los escenarios macroeconómicos utilizados como en las pérdidas y el capital proyectados. Para ello, se toma como muestra el ejercicio realizado por la EBA en 2011, y en concreto el universo homogéneo de análisis formado por las 22 entidades españolas participantes.


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